Una victoria contundente
El pasado mes de octubre culminó un largo proceso de re unificación del partido Justicialista, con la adhesión de otros sectores políticos, sociales y sindicales, cuyo resultado ha sido una aplastante victoria electoral sobre la derecha vernácula.
Por Marco Grande
El 27 de octubre el voto de una mayoría importante de argentinos, dio por terminada la exitosa gestión del gerente del establishment Mauricio Macri, donde el sector privilegiado ha visto regularizada su situación de activos offshore radicados en los paraísos fiscales, girado enormes sumas de dinero al exterior (fuga de capitales), incrementado su patrimonio vía especulación financiera y, por supuesto, el increíble negociado de las tarifas en sus diferentes versiones.
Este gobierno de Ceos vino a hacer ésto que hizo, agregándole, además, una dosis extrema de cinismo y de impericia, que solo el impresionante operativo de encubrimiento de los grandes medios de comunicación y sus “periodistas” lograron disimular recurriendo a una estrategia profundamente anti democrática y reñida con cualquier criterio ético que se pudiera invocar. El fin, en este caso, justificaba los medios.
La enorme estafa electoral de 2015 encontró suelo fértil en una sociedad envenenada de falacias (y otras cuestiones verdaderas), como asimismo harta de determinadas actitudes. En algún momento muchos, entre los que se incluye este escriba, sostenían que hubo dos hechos que fundaron la unificación de la derecha neoliberal: la crisis agraria de 2008 y el 54% de Cristina Fenández. Este último dato generó un cuadro de situación que provocó daños importantes dentro de la estructura del Frente para la Victoria. En efecto, fueron muchos los que creyeron en la consolidación definitiva de un proyecto político y pretendieron ver la derecha derrotada. Tremendo error que luego se manifestó con claridad en las elecciones del 2015. Las victorias aplastantes son un gran reconocimiento para cualquier candidato/a, pero en la constitución del poder interno, en la actitud y el compromiso, es un cuchillo con doble filo: puede herir la oposición… y también la propia tropa.
Quedo manifiestamente demostrado luego de la primera vuelta en 2015, cuando intendentes y gobernadores ya electos abandonaron cualquier campaña a favor de Scioli, cuyo resultado final no puede ser adjudicado a ningún dirigente político electo, sino a la militancia organizada. La lección no se aprendió y se creyó muerto el paciente cuando aún respiraba. Los resultados en Entre Ríos son una clara muestra de ésto.
Que la Alianza Juntos por el Cambio haya ganado en Entre Ríos luego de la formidable elección de Bordet, amerita un análisis profundo y consciente. Al inefable y malabarista de convicciones De Angeli, que en nueve años ha sido uno de los legisladores más inútiles que conozca la cámara alta, se le oponga como propuesta a dos desconocidos como Kueider y Cora, quienes además jamás salieron a hacer campaña, a no ser la visita entre cuatro paredes de sus propios partidarios, parece poca cosa para quienes pretenden ocupar un espacio político tan trascendente, y error político de la dirigencia que sin consulta alguna a las bases los ubicó en esos lugares. Que Macri, luego de la tragedia social y económica en que deja sumido al país logre estos porcentajes (no sólo en Entre Ríos), es un aspecto medular para poner en el centro del debate.
Probablemente el peronismo debería reformular sus formas de hacer y construir política, porque evidentemente ya no basta con la directivas desde casa central. O quizás deberían comprender que opinar diferente no implica necesariamente ser enemigos.
No obstante, la derrota electoral ha sido contundente. Con el blindaje mediático, una sociedad inoculada con mensajes que engendran y remiten a lo más primitivo del ser humano, a lo visceral; con la manipulación de la Justicia como herramienta para perseguir opositores; con el apoyo de los centros de poder financiero del mundo… Macri perdió en primera vuelta. Y hay motivo para festejar.
Es una victoria que huele a pueblo, a calle. Que responde a la acuciante situación de cientos de miles de nuevos desocupados, de pobres y desheredados de derechos básicos. Es un triunfo, básicamente, de los nadies, porque las clases medias hacen gala cada vez que pueden de un importante desprecio por sus conciudadanos. Decían los abuelos de antaño: mente y pretensiones de rico pero bolsillo de pobres. Las redes sociales (que no representan totalidades pero son un buen indicador), dan muestra de este odio visceral, del desprecio por el pensamiento diverso. No es casual que en medio de una fenomenal crisis sea la clase media quien sostiene electoralmente un porcentaje significativo de lo peor de la derecha.
Es realmente impactante ver desocupados, adultos mayores sin acceso a medicamentos, excluidos de cualquier sistema de contención, intentar (vanamente) de explicar su voto a Juntos por el Cambio. Así, los argumentos se repiten hasta el cansancio y dentro de cuatro o cinco variantes, que finalmente es lo que difundieron entre otros el no periodista transfuga Leucco, o el mercader Lanata, o el empleado oficialista Majúl. La pobreza analítica es realmente llamativa. Docentes, médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, pastores, comerciantes, empresarios, empleados bancarios, etc., constituyen esta masa informe de votantes de la derecha y que no pueden explicar su elección por la positiva, sino a partir de acusar a la oposición y defendiendo una supuesta “república” en peligro.
Estos sectores harían bien en escuchar con atención la mamá del barrio humilde, o a la viejita del ranchito aquel. Cada vez que el país estuvo al borde del colapso (como en este momento), han sido los más desposeídos, los trabajadores, las mamás y papás sufrientes quienes han sacado el país adelante. ¿Será que el barro, el hambre y el dolor hacen ver la vida, el amor y la política con otro raciocinio?
Sin embargo, aunque sea una obviedad, es un triunfo electoral. Ahora comienza la disputa por el poder real que nunca dejo de estar en manos de los mismos, desde siempre, y que solo en ocasiones han cedido en parte. En este escenario de tierra arrasada y con un país sumergido en una de las peores crisis de su historia, los desafíos son múltiples.
Otra vez es la historia la que pone algunos datos certeros: no basta con la mejora económica de la población; es insuficiente la movilidad social ascendente; resulta superficial la construcción política elitista o de cúpulas; no es adecuado hacer caso a la vanguardia iluminada; no se puede pergeñar un proyecto de largo aliento concentrado en personalismos; es inviable cualquier experiencia reformadora que a la postre, sistemáticamente, habilita a la derecha conservadora a regresar al poder y apropiarse de todo lo disponible, llevando la ecuación nuevamente al principio.
El triunfo ha sido importante, condición necesaria pero no suficiente. Solo un primer paso. Ahora comienza el verdadero desafío de consolidar un nuevo proyecto político que pueda condensar en una síntesis superadora y adecuada al siglo XXI. En ese camino hay debates profundos que no se pueden esconder ni postergar, porque de hacerlo, las probables mejoras en la calidad de vida de la población, actuaran como anestesia o amnesia temporal, embobados por el espejismo de un poder que, a no olvidarse, sigue estando en las mismas manos.
Es necesaria una nueva institucionalidad basada en transformaciones profundas, donde la reforma constitucional constituye una de los objetivos básicos. Pero concomitante a ello, dar en serio una verdadera transformación cultural y educativa. Esto no es financiar teatros, asignar becas, imprimir libros, entregar computadoras, asfaltar calles, dar medicación o tener buenos hospitales. No alcanza con abrir universidades o inaugurar escuelas. Es insuficiente subir el ingreso de los trabajadores. Todo esto, y mucho más, por supuesto que tienen su valor y también son condiciones necesarias, pero bajo ningún punto de vista bastan si es simple práctica sin poner en debate principios, valores, ideas, conceptos. No es lo mismo generar un consumo responsable como motor de la economía que incentivar el consumo sin fin, ilógico, vacuo, desmedido.
Este artículo plantea la necesidad de una acción deliberada e intencionada por el Estado a través de sus políticas públicas que constituya la posibilidad de una humanidad impregnada de humanismo. Comprender que el Estado es un terreno de disputa de poder. Y ese poder es dinámico, cambiante, escurridizo. Para comprobar estos postulados baste ver cómo un candidato impresentable de la derecha boliviana casi concluye con años del gobierno de Evo Morales, donde, me temo, ya la derecha estableció una base importante para arrebatar el gobierno en la próxima elección. El libreto ya se conoce: medios machacando con dos o tres ideas; algún funcionario de manos pegajosas; el invento de casos judiciales y noticias falsas, etc., todo ello atravesado por la sangre vital de la Patria Grande. Es con nuestros hermanos. Es con ellos.
Esta es la verdadera discusión y allí se dirime la cuestión nodal del poder.
Que el árbol (la crisis), no tape el resto de la campiña, que es mucho más que un simple bosque.
¿Se podrá?
La derecha ya está trabajando para volver.
¿Estamos trabajando para que no vuelvan nunca más?
He allí la cuestión.