LA HORA DE LA POLÍTICA
Deberíamos ser capaces de enarbolar otros paradigmas para organizar nuestra vida en sociedad
Por Carlos Raimundi
“La Libertad guiando al pueblo”, según Delacroix.
¿Volver a la normalidad?
Pese a los ríos de tinta vertidos por pretendidos filósofos de la pandemia, el fenómeno es tan inédito y abarcador que es imposible anticipar certezas de cómo será el mundo, cuando no existe la mínima distancia necesaria como para analizar en perspectiva. A lo máximo que se puede aspirar, en medio de una obra que es interpretada al mismo tiempo que se va escribiendo el libreto, es a formular las preguntas correctas y a delinear posibles escenarios con la mayor honestidad intelectual posible.
Además, a la filosofía le corresponde analizar el mundo, pero es la política la que debe transformarlo. Y para transformarlo hay que intervenir.
La pregunta más frecuente es: ¿cómo será la situación cuando volvamos a la normalidad? Yo me animo a una pregunta dentro de la pregunta. ¿Estamos convencidos de que queremos volver a «aquella» normalidad?
Desde luego que no me refiero a retornar a los afectos, los encuentros, la proximidad. Sino a un modelo de desarrollo fundado en dos principios depredadores de todo humanismo: la obtención de la máxima tasa de ganancia posible como eje organizador de nuestras vidas, y el individualismo más acendrado como método para obtenerla.
Gracias a eso, se llegó a un paroxismo tal que la naturaleza nos niega en la cara una habitabilidad sostenible en el planeta a través de catástrofes ambientales que se cobran muchas más vidas que este virus, pero que hemos naturalizado.
Por eso, terminar la cuarentena debería llevarnos a organizar nuestra vida en sociedad desde otros paradigmas, porque de lo contrario sólo será una suerte de intervalo o cuarto intermedio hasta que llegue el próximo cataclismo.
El Covid-19 nos sitúa ante una situación inédita, pero la precede una enorme crisis del planeta aunque no la percibiéramos como tal, debido a la omisión de las cadenas de comunicación hegemónica a nivel mundial, que nos llevan a naturalizar los millones de muertes que se producen anualmente como consecuencia del hambre, la contaminación y otros factores críticos.
Si nuestra relación con la naturaleza se había deteriorado, y el haber frenado el frenesí por el consumismo es el factor que está revirtiendo la fase más aguda de ese deterioro, si restableciéramos el desmesurado ritmo de producción con su consiguiente derroche de energía y emisiones tóxicas, etc., eso implicaría retomar el camino de la catástrofe.
The Economist, entre otros medios, anticipó durante los primeros tiempos del virus que serían los países con mayor “libertad de información” –dicho esto desde la perspectiva neoliberal, obviamente— los más preparados para enfrentarlo. Esto no fue más que una mera propaganda, porque en realidad, fue de los gobiernos más neoliberales de donde se recibieron las peores respuestas.
El concepto de “Primer Mundo” como sinónimo de papel rector de nuestra civilización debería ser redefinido, desde el momento en que son los propios Estados Unidos, el Reino Unido y otros países desarrollados de Europa, los que arrojan el mayor número de muertes y la menor contención social y sanitaria, a partir de la destrucción de sus respectivos sistemas de salud. La presencia de tumbas colectivas en Hart Island, o el descubrimiento de 200 cadáveres en estado de putrefacción en ese mismo estado de Nueva York, la meca del consumismo y la financiarización mundial, resquebrajan definitivamente la solidez de aquel concepto de “Primer Mundo”. Es tan falaz la dicotomía “o economía o salud”, que los Estados Unidos arrojan a la vez el mayor número de muertes y el mayor número de nuevos desocupados.
Por el contrario, los países con mayor grado de organización social y mayor presencia del Estado, vienen mostrando las mejores respuestas. Aunque se trata, paradójicamente, de países estigmatizados por el sistema de comunicación hegemónico. Tal el caso de la escasez de afectadxs en Venezuela, el control de la pandemia en China, y la ayuda brindada por el sistema de salud de Cuba a diversos países. La realidad y varios pueblos del mundo les ha levantado el bloqueo, más allá de que la tozudez de algunos líderes políticos decadentes se obstine en mantenerlo. Los resultados verdaderos obtenidos frente a la pandemia por países estigmatizados por el poder como Cuba y Venezuela superan el mito construido por ese mismo poder en cuanto a cuáles son los países en los que debiéramos referenciarnos.
Gobiernos europeos como los de Francia y Alemania han propagado un discurso más afín con nuestra visión del Estado y la solidaridad, cuya honestidad intelectual sólo podrá quedar demostrada por el paso del tiempo. Será la política que ellos desplieguen a partir de la superación de las fases más agudas de la crisis, la encargada de decir si Emmanuel Macron y Angela Merkel fueron sinceros en su perspectiva social, o si se trató de un mero oportunismo que, una vez sorteado lo peor, los devuelve al universo de intereses financieros que representaban.
Cierto alivio argentino
En el caso argentino, en contraste con Brasil, deberíamos valorar y sentirnos profundamente aliviados, ser conscientes de lo que significa tener un gobierno que se hace responsable de la situación. No exento de cometer errores, y con la humildad de reconocerlos y rectificarlos, nuestro Presidente ha dicho criteriosamente: “Estamos sobre el escenario, representando una obra al mismo tiempo que escribimos el libreto”.
La situación es inédita, muchas de las medidas se llevan a la práctica por primera vez y generan consecuencias que desconocíamos, y que llevan a nuevas medidas reparatorias de esas consecuencias, y así sucesivamente. Pero siempre guiadas por la premisa de que la opción “economía o salud” es una dicotomía falsa: si no se ofrecen las mayores medidas posibles de prevención de la salud, la economía termina por derrumbarse.
Pero además, pocos gobiernos han apoyado con tanta intensidad a la sociedad civil con medidas reparatorias de la debacle económica causada por el freno a la producción y la caída de ingresos. La asistencia alimentaria, el subsidio de emergencia a trabajadorxs informales, el aumento especial de la asignación universal y las jubilaciones mínimas, el congelamiento de tarifas y el aplazamiento en el pago de cuotas crediticias, el crédito blando a las empresas pequeñas y medianas, hasta llegar a sostener el 50% de la masa salarial que deben pagar las empresas afectadas, certifican nuestra afirmación.
Además, aún con deficiencias, hizo un planteo discursivo y ha tratado de intervenir sobre las políticas abusivas de los bancos que se negaron a entregar dichos créditos, de grandes monopolios formadores de precios y de las grandes empresas que recurrieron a los despidos masivos. Y ha consentido el impuesto a las grandes fortunas, la formación de una comisión legislativa para la investigación del endeudamiento y el establecimiento de responsabilidades; y presentó a los acreedores externos una propuesta digna de restructuración, que aplaza los pagos hasta 2023 y rechaza el ajuste social como mecanismo para satisfacer los vencimientos a los que el macrismo se había comprometido. El Ministro de Economía planteó una reforma financiera y el Presidente anticipó su apoyo a una profunda reforma tributaria.
Es decir, las y los argentinos contamos con un gobierno que se ha hecho cargo tanto de la prevención de la salud como de la asistencia económica de la población, a diferencia del comportamiento de otros gobiernos del hemisferio. Eso le ha conferido una alta aceptación social, acompañada de una mayor conciencia moral de la sociedad respecto de valores hasta hace poco denostados como el Estado y la solidaridad.
Sin embargo, esa mayor conciencia moral no se transforma automáticamente en mayor fuerza política, a menos que se intervenga activa, eficaz y estructuralmente sobre los núcleos generadores de poder político, tanto en el plano económico-financiero como en el simbólico.
Ha caído estrepitosamente el precio del petróleo, causa principal de las guerras más atroces del pasado reciente. Y ha subido el precio del arroz. Hemos demostrado que podemos vivir con el diez por ciento de la ropa que tenemos, y también gastando el diez por ciento de combustible con nuestro automóvil, por poner ejemplos aleatorios. Y eso el capitalismo globalizado no lo perdona.
Si la política –la filosofía analiza, la política transforma— no interviene para transformar esa mayor conciencia moral en mayor capacidad de acción concreta, en mayor incidencia sobre la organización social y sobre la realidad cotidiana de cada uno y una de nosotros, el poder financiero no sufrirá más que unos leves raspones, y con la fortuna que tiene acumulada invertirá en el poder simbólico. Así, una media docena de series de Netflix y un par de superproducciones de Hollywood para ver “sólo en cines”, se encargarán de resignificar la realidad a su modo y según sus intereses, y toda esa conciencia moral acumulada se irá “desvaneciendo en el aire”.
Fuente: El Cohete a la Luna