El balcón de la historia

Por Ignacio Journé

“No hay nada en nuestra historia que se le parezca al 17 de octubre” dice Félix Luna en su libro El 45. Y con razón, porque nunca un día argentino terminó tan distinto a cómo empezó. Todas las rutinas se rompieron, las labores se dejaron como estaban, el poder viajó de la Casa Rosada a la habitación de Perón, y Perón de un solitario encierro al balcón más esperado.

Algo inquietante, una “caliente y vociferante presencia popular cuya existencia no habían imaginado hasta entonces” se desató y desplomó todo su peso sobre el centro de la ciudad, sobre el centro de la política argentina.

El nacimiento del peronismo ha sido explicado cientos de veces y en casi todos sus aspectos posibles. Sin embargo, hay algo allí que parece indescifrable. Un día que vuelve y vuelve para que lo entendamos o, mejor, para que gocemos de desentenderlo. “El 17 de octubre es imposible de describir. Fue como si Dios hubiese bajado al balcón y nos hablara” dijo Josefa Buela, una obrera protagonista entre protagonistas.

Las columnas ya habían empezado a llegar desde el día anterior. El diario La Nación habla de 6 mil obreros provenientes de Avellaneda que ingresaron el 16 de octubre y que andaban vagando por la ciudad. En Berisso y en Ensenada, en Zárate, en las zonas fabriles del gran Buenos Aires, los trabajadores ya estaban movilizados, intuyendo que sus conquistas peligraban. El 9 de octubre habían desalojado a Perón y en la concentración del 10 frente a la Secretaría de Trabajo y Previsión ya era evidente el pesado descontento popular. Las patronales el 12 de octubre, además, empezaban a ensayar sus revanchas: el pago doble por feriado del “Día de la Raza” encargan a que “Se los pague Perón”. Cae quizás allí, en la conciencia de los trabajadores, una definitiva certeza. Quizás la primera certeza peronista: no volverán a la vieja intemperie del pasado.

El 17, una fuerza contenida desbordó con el rigor de lo laborioso. La Plaza de Mayo, poco a poco, se fue llenando de pueblo. Venían de los cordones fabriles del conurbano, desde distintos puntos, con diversos orígenes, experiencias, formaciones y realidades, pero unidos en aquello a lo que estaban dando nacimiento. El poder del gobierno parecía desgranarse con cada obrero que llegaba. La plaza se ocupaba a la par que el gobierno se vaciaba y el balcón ya se iba inquietando con las miradas.

Frente a la incipiente multitud, mientras tanto, el Gral. Ávalos, jefe de la guarnición de Campo de Mayo y principal instigador de la separación de Perón, observa. El Gral. Farrell, presidente de la Nación y amigo de Perón, se burla de su ministro… “Esto se está poniendo lindo…” dice. Es que el poder ciertamente ya estaba corriéndose a otro lado. “En la Casa de Gobierno y en el Hospital Militar (donde estaba Perón), las entradas y salidas de esos personajes tienen el ritmo absurdo de un guiñol enloquecido. Propuestas, decisiones, sugestiones, órdenes y contraórdenes aparecen y desaparecen a lo largo de esas horas, subiendo y bajando todos los niveles” apunta Félix Luna. Deambulaban por la Casa Rosada el embajador de Inglaterra, delegados sindicales, periodistas, el secretario del Procurador General de la Nación, curiosos que se asomaban. El ministro de Marina, Vernengo Lima, por su parte sugería despejar a la fuerza la Plaza, que se seguía poblando. Todos opinaban de igual a igual. Nadie podía decidir nada.

Hacia la tarde la plaza se colmó. Y el balcón ya evidenciaba el desgobierno; el Gral. Ávalos, a esas horas enemigo público número uno, le pide al coronel Mercante, conocido aliado a Perón, que dirija unas palabras a la multitud para tranquilizarla. Mercante, pícaro, accede diciendo “El general Ávalos…” Y la silbatina resulta ensordecedora. Reitera su afirmación con idéntica reacción, por lo que allí mismo Ávalos pide su detención. Luego, un periodista, Eduardo Colom, también toma la palabra…¡habla en el balcón de la Casa de Gobierno! Igual, nadie atiende. “La gente que hablara que no fuera Perón para nosotros no existía.” afirmó el obrero Juan Carlos Giadas.

Los hechos se desencadenaron hacia lo conocido. Perón es traído desde el Hospital y se reúne con el presidente Farrell. En breve, sale al balcón de la historia.

Pero finalmente ¿Qué es entonces lo misterioso del 17 de octubre de 1945? ¿Qué es aquello indescifrable que hace que nosotros, los peronistas, volvamos a ese día recogiendo alegrías? ¿Qué más hay ahí? Ninguno de los grandes pensadores ha logrado dar con eso. Scalabrini Ortiz y Marechal, ensayaron maravillosa poesía para acercarse. “La multitud tiene un cuerpo y un ademán de siglos. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado o intuido durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto” dice Scalabrini Ortiz.

Ernesto Sábato, desde otro lugar, aventuraba: “Yo tuve la impresión de que algo muy poderoso, hasta lleno de misterio, estaba sucediendo; la impresión de que una fuerza enorme y silenciosa, casi subterránea, se había puesto en movimiento”. Y Félix Luna confiesa: “Cuando escuchamos la voz por la radio, catapultada por una tormenta de rugidos, nos dimos cuenta que algo estaba pasando en el país. Pero como no entendimos qué era exactamente lo que pasaba, nos quedamos mirando sobradoramente desde la ventana. Así diez años más”. Otros, como Borges, se refugiaron en la negación total, al punto de imposibilitarse la palabra. El peronismo era simplemente “el otro horror” después de Rosas.

Nadie ha podido dar con el misterio. Algo amado y al mismo tiempo imposible de asumir, nació allí. Un cúmulo infinito de sufrimientos, postergaciones y algarabías desbordó en multitud, no sólo de personas sino de sentidos. Lo político y su imposible cierre, el carácter imprevisible de lo social, la ingenua esperanza elitista en la sutura final de la cultura, el consecuente odio a la amenaza, siempre posible, de su dislocación. Algo de todo esto ronda el misterio.

Pero ¿No será quizás que el 17 de octubre de 1945 no es pura novedad, sino puro y potente regreso? ¿Será que lo imposible de asumir es que lo popular nunca termina de irse? Porque… ¿acaso Sarmiento no se quejaba ya en el `45 del siglo anterior que Facundo Quiroga no paraba de volver? ¿Qué la “Sombra terrible de Facundo” poseía un secreto: que no se iba? ¿Que, diez años después de su muerte “¡No ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá! ¡Cierto! ¡Facundo no ha muerto! ¡está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas!”?

Ya eran las 23.10 hs. cuando Perón aparece en el balcón. Pero el que está ahí arriba es el pueblo, que volvió otra vez. Es el pueblo mirando al pueblo. Mirando que nunca se había ido. Una multitud hablando a la plaza, a la multitud. Todos lo ven, todos se ven. “¡Trabajadores!” grita el General y funda, en ese mismo instante, el triunfo más alto de la clase obrera argentina. Los corazones se completan, recostados en la dignidad.
Este 17 de octubre, 75 años después, volvemos ahí, a ver, a vernos. A mirarnos volver. A recoger lo indescifrable de lo que somos. A confirmar que sí, que a pesar de que nos bombardearon, nos fusilaron, nos secuestraron, nos proscribieron, nos torturaron, nos difamaron, nos denigraron, acá estamos y estaremos. Y siempre, siempre volviendo, para sentirnos como si Dios bajara al balcón y nos hablara.

Octubre de 2020.

 

Referencias
Baschetti Roberto (Comp.); La plaza de Perón. Testimonios del 45, Ediciones Capiango.
Luna, Félix; El 45, Editorial Sudamericana, 1975.