¿Hacia dónde vamos?

 

Las heridas profundas de la pandemia no son sino un espejo del drama cotidiano de millones de personas hasta ayer invisibilizadas y hoy ignoradas. El dantesco show televisivo y audiovisual de hospitales colapsados con la oscuridad del “no ser” ha modificado un variopinto sistema de miradas, pero sin embargo, las cuestiones de fondo siguen allí, latentes, ignoradas.

El camino hacia el depósito final de las sobras que los humanos producimos está plagado de hitos, de encuentros desesperados por esa porción de alimentos que llenan la panza de algún que otro alivio. Como decía Miguel Cantilo en su admirable Che ciruja “… viene el ciruja lento como un muerto, por la basura buscando esmeraldas…”.

Las pandemias han asolado a la humanidad desde siempre, baste recordar que cuando los europeos llegaron a estar tierras además de su idioma, su cultura, su religión, también acarrearon la viruela que diezmó decena de miles de personas. Sumada a la pestilencia de la explotación salvaje e incivilizada que concretaron. La peste bubónica, la fiebre amarilla, la gripe española, el virus del Ébola, la gripe aviar, el dengue, etc.

Mucho se ha escrito sobre ellas, y también sobre el padecimiento de millones en el planeta. Es historia y la historia debe ser relatada, plasmada, analizada, interpretada.

En este caso, el mundo en forma inédita de pronto se detuvo (¿Se detuvo?) asombrado ante este bicho maldito que puso en crisis la soberbia académica y científica, los discursos todopoderosos, las pretendidas omnipotencias. El rey, la reina están desnudos.

Aquí y allá las luces rojas, el desconcierto, las banalidades políticas. Y el botón de stop (parar) fuera de servicio. Un certero golpe a la prepotencia de la única especie que en su afán de opulencia y egoísmo pone en jaque todo el tiempo a la casa, al hogar común.

¿Qué hogar sería ese? ¿Cómo contar en pocas palabras a las estrellas la vida humana sobre la Tierra? ¿Cómo explicar que unos pocos tienen tanto y tantos tienen tan poco o nada? ¿Qué decir de un espacio de todos apropiados por algunos y destruido por sistema?

Las opiniones de la pos pandemia son millares e incluyen perspectivas de cambios, de transformaciones importantes. En discursos encendidos, pletóricos de grandeza y solidaridad, parece. Y luego están los hechos. Los datos desmienten esa profusa esperanza de un futuro venturoso, y contrariamente, un halo de opresión y sinsentido envuelve el devenir. El telos permanece inmutable en su corset de acero.

Desde la época de Adam Smith (porque el capitalismo, obviamente no es su creación), una cosmovisión fue distribuyéndose por toda la geografía, al principio tímidamente, pero luego con una fuerza arrolladora hasta alcanzar la cima con la caída estrepitosa del bloque socialista. Del capitalismo estamos hablando. No se pretende aquí hacer un análisis económico, sino de los supuestos, o mejor, de las consecuencias (queridas, planificadas o no) que el “sistema” ´produjo con los procesos de mundialización y globalización sucesivos. Inscripta a fuego la división internacional del trabajo y la apropiación garantizada por el derecho y las fuerzas de seguridad provistas para ello.

Los resultados económicos son los que son. Ciertas afirmaciones, en especial del mundo académico, ofenden cualquier racionalidad, cuando se argumenta cierta impericia de cientos de países para generar condiciones de vida poco recomendables. Como si el éxito de algunos fuera el premio por un “buen hacer” sin mediar cierto canibalismo y capacidad de opresión.

Decía el pensador SAGI que en este mundo las condiciones llevan a la cumbre a quienes se adaptan mejor al sistema y sus principios de egoísmo, individualismo y crueldad. La nobleza y la solidaridad no son pasibles de monetarización. No pertenecen a la arena de la competencia.

Y es éste el contexto donde las premisas, los principios neoliberales han encontrado un suelo fértil para desarrollar todos sus tentáculos, desde la mirada inhumana del liberalismo del mercado, hasta los valores que atraviesan la cotidianeidad, hoy mediadas por los infinitos medios de comunicación y superficialidad. El show debe continuar. Siempre. Aldous Huxley lo predijo exactamente en “Un mundo feliz”. ¿Acaso habrá existido la máquina para trasladarse en el tiempo?

Y la pandemia ocurre en esta construcción socio cultural neoliberal, con el auge del desesperante existencialismo, con la tremenda levedad del ser y las “revoluciones” espasmódicas que duran lo mismo que un suspiro. Y se confunde avance de los derechos cuando en realidad se confirman los postulados de la sociedad del confort, descomprometida, eternamente adolescente, sensual y pusilánime. Una cultura del precio, de la venta, de la transacción comercial.

La contundencia de la distribución de las vacunas es tan tremendamente elocuente que sería suficiente para dar cuenta de estas cuestiones, pues mientras unos pocos disfrutan los beneficios de “pertenecer” a este selecto grupo privilegiado (casi todos países con sus manos manchadas por genocidios inenarrables), en los demás países cunde la discusión por “es culpa del gobierno”. En la Argentina el caso Pfizer. Y una sociedad receptiva para comprar el discurso de las derechas históricamente responsables de persecuciones, golpes de estado, endeudamiento, quita de derechos, pauperización, concentración económica.

Y las dimensiones de estas ideologías del nadismo, del nihilismo hedonista, luego atraviesan todas los entramados políticos y sociológicos. Los debates por la presencialidad escolar es un indicador preciso. La vida humana mercantilizada. Puesta en sintonía con una lógica del “sálvese quien pueda”. Aquel principio precautorio aplicable al cuidado del ambiente no es aplicable en esta instancia.

“Hay que abrir las escuelas”, “los chicos tienen que estar en la escuela porque si no este país no tiene futuro”, “en la escuela no hay contagios”, “si hace frío que vayan bien abrigados”, “los niños no se enferman”, y un millón más de etcétera.

Y así, miles de niños sin desayunar deben concurrir a escuelas que tienen sus ventanas abiertas, estar sentados, con la ropa que posean, duros de frío sin poder abrazarse, jugar o correr con sus compañeras/os. Es una buena definición de la irracionalidad neoliberal de “abrir las escuelas a como dé lugar”. Y esto no distingue entre gobiernos. Antes o después todos definen que la vida es una posesión relativa.

Y así la economía determina la apertura con las terapias saturadas. Se verifica que un sistema no puede responder para garantizar la vida, sino que todo tiene un costo económico, un precio, un valor. La vida es mercancía en el gran mercado neoliberal. En los mismos términos de eficacia y eficiencia planteado como paradigma y dogma capitalista deberíamos preguntarnos qué eficiencia es esa que no puede responder a la demanda de garantizar la vida de todos.

Pero, además, y por sobre todo observar qué sociedad, sobre qué factores y principios estamos construyendo. ¿Es éste un mundo vivible cuando a la pandemia del coronavirus le precedió y la acompaña la otra del hambre y la miseria? ¿Es sustentable, sostenible un sistema que sustituye la natural solidaridad y sentido de pertenencia por el de los individualismos unidos por circunstanciales coyunturas emergentes?

Ese mundo injusto, infame, asimétrico, es anterior a la pandemia y, por los datos que surgen de diferentes especialistas, parece que el cuadro se ha profundizado. Ricos más ricos, pobres más pobres. Y estos pobres acordando con propuestas que son la raíz de sus pobrezas. ¿Es este mundo viable?

Urge encontrar la posibilidad de pensar-nos. Y en ello puede que se juegue algo más que el destino de la humanidad. Solo hay una certeza: así y por aquí no es.